Mi papá era profesor de escuela, tenía muchos libros y esto es lo que hicimos con los libros cuando él falleció

Explora la emotiva historia de un hijo que honra la pasión de su padre por la enseñanza y los libros. Tras su partida, estos tesoros literarios renacen en un mercadillo, conectando generaciones de ávidos lectores y perpetuando un amor eterno por la lectura.
Mi papá era profesor de escuela, tenía muchos libros y esto es lo que hicimos con los libros cuando él falleció

En nuestro pueblo, donde los albores se despliegan como manteles de luz sobre las viejas mesas de madera, vivía mi padre, un profesor de escuela cuya alma parecía escrita en tinta invisible en cada uno de sus libros. Sus días, tejidos entre el polvo mágico de las letras y los susurros curiosos de los jóvenes alumnos, eran un perpetuo vaivén entre la realidad y las mil y una historias que habitaban su biblioteca.

Como su único hijo, me crié bajo la sombra fluctuante de esas páginas que susurraban secretos al oído de la noche. Los libros de mi padre no eran simples objetos; eran espejos de mundos lejanos, alquimistas que transformaban el silencio en música, el vacío en universos repletos de posibilidades infinitas.

Sin embargo, en una madrugada suspendida en el tiempo, donde la luna decidió detener su curso para espiar por la ventana, mi padre partió en un sueño del que ya no despertaría. Fue un adiós sereno, como quien cierra un libro después de leer la última palabra, dejando detrás el eco de una historia que continúa más allá de las páginas.

Los libros, guardianes de su esencia, quedaron entonces en un limbo de papel y tinta, abrazados por el polvo del olvido. Durante meses, nadie se atrevió a moverlos, como si al hacerlo, se pudiese perturbar el delicado equilibrio entre su ausencia y su memoria.

Fue entonces, al cruzar por casualidad un mercadillo de libros donde los volúmenes susurraban entre sí historias de otros tiempos, que comprendimos nuestro destino. Venderíamos sus libros, no como mercancía, sino como semillas de sueños, dispuestas a germinar en las almas de otros soñadores.

Al observar a las personas en el mercadillo, cuyos ojos brillaban con la promesa de nuevas aventuras, vi a mi padre en cada rostro, en cada gesto de asombro. Él, que también había recorrido esos mercados en busca de diálogos con autores de siglos pasados, ahora dialogaba a través del tiempo y el espacio en un acto de amor eterno.

Al entregar sus libros, cada página parecía desprender una luz tenue, como si parte de su espíritu se deslizara, sigiloso, entre los dedos de sus nuevos guardianes. Y supe entonces que, en cada palabra leída al caer la noche, en cada suspiro que escapa al final de un capítulo, la presencia de mi padre seguiría viva, tejida en el tapiz invisible que une a todos los amantes de los libros.

Así, en aquel mercado de sueños de papel, la historia de mi padre encontró un nuevo comienzo, narrada en susurros por el viento que jugueteaba entre las páginas abiertas. Porque, como en las historias que él tanto amaba, su legado se transformó en un libro que nunca se cierra, un relato que, página tras página, se sigue escribiendo en el corazón del mundo.

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